CADA UNO TIENE QUE SER SANTO A SU MANERA
Todavía recuerdo el concierto donde actuaron los tres tenores que antes hemos citado. Me parece que fue en el año 2000.
Aquello sonaba como los ángeles.
Ahora me hace recordar lo que dice uno de los salmos:
–Delante de los ángeles cantaré para ti, Dios mío.
Ojalá dentro de unos años nosotros cantemos la sinfonía de la santidad. La letra la sabemos. Sabemos lo que tenemos que hacer.
Porque el cielo puede compararse con un concierto en el que todos los que están allí interpretan una sinfonía con voces distintas.
¡Qué bien sonaban las voces conjuntadas de aquellos tres tenores! ¡Qué bien suenan las voces de todos los que están en el cielo!
Porque todos los que están en el cielo cantan una misma canción. Han tenido vidas distintas, pero les une la misma partitura.
Todos los que están en el cielo cantan una canción de amor.
También aquí en la tierra, casi todas las canciones que triunfan son canciones de amor. Nada más hay que mirar la lista de las canciones más oídas.
UNA CANCIÓN DE AMOR
Cada uno tiene su tono de voz, un tono de voz inconfundible, su potencia, su timbre.
Por eso, los santos son muy diferentes. Tuvieron una educación distinta, un carácter distinto… sus gustos y aficiones también lo eran. Unos eran del Madrid otros del Barcelona.
NO QUIERAS SER FERFECTO
Dile al Señor: –Hazme santa pero no perfecta.
Hablando con un chico joven, químico, me dijo que él pensaba que la santidad consistía en la perfección... Fue hace unos días, haciendo deporte.
Efectivamente algunos piensan eso. Y luchan por no tener fallos. Sufren por sus defectos.
Piensan que su vida es como una gimnasio donde hay que hacer ejercicio. Como si hubiera que hacer pesas.
Y alcanzar, con esos ejercicios, una meta egoísta.
Precisamente eso es la vigorexia, una enfermedad mental que, a los hombres, les hace estar obsesionado con tener músculo y estar en plena forma.
Si uno vive pensando en no tener fallos, acaba mal de la cabeza. Es lo que los siquiatras llaman el anancástico, el perfeccionista.
Los santos no vivían obsesionados con la perfección, porque eso les hubiera apartado de Dios y hubieran caído en enfermedades mentales.
En uno de estos libros de autoayuda encontré una frase que erróneamente se la atribuyen al Señor. Dice el escritor que Jesús le dijo a sus discípulos.
–Si queréis ser perfectos, nunca me entenderéis.
Evidentemente estas palabras nos la dijo el
Señor, pero la idea es muy aprovechable: Si queréis ser perfectos, nunca me entenderéis.
La voz humana es bonita, y tiene muchos registros, que la hacen muy buena para cantar. Pero no es perfecta.
Gracias a Dios los santos siempre han tenido defectos: murieron con ellos.
Antes hemos hablado de dos tenores españoles que son de los mejores del mundo.
Una historia que quizás pocos conocen, se refiere Plácido Domingo y José Carreras, que se enemistaron por cuestiones políticas desde 1984, y es una pena.
Por lo visto, como actúan en todo el mundo, lo que pusieron como condición en sus contratos que no cantarían nunca juntos.
Esto que pasa en la tierra, no ocurre en el cielo. ¡Qué pena que los cristianos, que queremos hacer el bien, acabemos peleados con otros que también lo quieren hacer!
Todos tenemos defectos, también los cantantes.
TENER DEFECTOS ES HUMANO
Porque lo bonito del timbre humano, del canto humano, no es que sea técnicamente perfecto sino que está lleno de calidez y de una imperfecta belleza.
Si uno quisiera hacer artificialmente una voz perfecta, le saldría una voz fría y poco humana: sería una voz enlatada.
Como la que se escucha en los contestadores automáticos. Que, precisamente por ser demasiado perfecta, te da una sensación rara. No es humana.
Las palabras exactas, textuales, que el Señor dirigió a sus discípulos es que fueran perfectos como su Padre celestial es perfecto.
No les animó a que no tuvieran fallos, como su Padre no los tiene, sino que les dijo: sed perfectos a la manera como mi Padre es perfecto.
En otro punto les aclara la manera cómo su Padre es perfecto: sed misericordiosos como mi Padre es misericordioso.
SER SANTOS ES TENER EL CORAZÓN COMO DIOS
Dios es misericordioso. Él, que está aquí, carga con nuestra miseria. No todas las semanas sino todos los días.
Y esta es la perfección que nosotros hemos de conseguir.
Hacer como nuestro Padre del cielo, que no sólo hace cosas por los buenos sino por todo el mundo. También por los malos.
La razón es porque Él es bueno, porque es misericordioso.
Un santo es el que tiene corazón grande, no mezquino, pequeño.
Y un cristiano tiene que intentar ir por ese camino. Llevar la miseria de los demás, todos los días. Porque así se porta Dios.
No hacer acepción de personas. Este me cae bien, pues le hago caso. Aquella ha hablado mal de mí, la critico.
Los santos son las personas amables, cordiales, que no devuelven mal por mal.
Uno puede tratar bien de vez en cuando a los demás. Para hacer eso basta ser un poco buena persona.
Pero, para devolver bien por mal continuamente hace falta rezar.
En la vida la gente, a veces, rectifica. Antes contábamos la enemistad entre los dos tenores.
Resulta que, en 1987 a Carreras le apareció un enemigo más duro que Plácido Domingo. Le diagnosticaron leucemia. Su lucha contra el cáncer fue muy penosa.
Se sometió a varios tratamientos. Un transplante de médula ósea, un cambio de sangre que le obligaba a viajar una vez al mes a Estados Unidos.
Y, al final del tratamiento, se tuvo que operar sin anestesia porque, si se la ponían corría el riesgo de afectarle a las cuerdas vocales.
Y esto lo hizo porque, aunque fue una tortura lo aguantó porque arriesgarse a perder la voz, para él, José Carreras, hubiera supuesto enterrarlo en vida.
Como era lógico, en estas condiciones no podía trabajar, y a pesar de tener mucho dinero, el tratamiento y los viajes le dejaron casi sin nada.
Cuando ya no pudo pagar, se enteró de la existencia de una fundación, llamada Hermosa, que ayudaba económicamente a personas con esta enfermedad.
Gracias a esa fundación, José Carreras se curó y volvió a cantar.
Lo bonito es que, como agradecimiento, trató de asociarse a la fundación para poder ayudar también él.
Es una forma de rectificar. Porque un cristiano debe responder siempre con el bien, como hace Dios.
En el Silmallirion, una de las obras de Tolkien, que como sabes también es el autor del El Señor de los anillos, se nos relata la creación del mundo por parte de Dios, que allí le da el título del Único.
El Único, para crear al universo, se sirve de otras criaturas.
Y, Tolkien, compara la creación con un concierto en el que todos esos seres superiores intervienen con sus cantos.
Pero hay uno de esos valar, seres superiores, que mientras todos cantan, el quiere ir por libre, desafinando.
Pero Dios utiliza ese desafine para hacer una nueva sinfonía, que es mejor que la anterior, y en la que también intervienen el resto de los valar.
Esto es lo que ha pasado en la vida de José Carreras. Dios de males, saca bienes, si uno rectifica.
Lo que no sabes es que, José Carreras, al leer los estatutos de la fundación para hacerse socio, descubrió que su fundador, mayor colaborador y presidente, era su gran enemigo Plácido Domingo.
Más tarde, se enteró que Plácido Domingo había creado esta entidad para atenderlo a él, precisamente a él.
Y, se había mantenido en el anonimato para que no se sintiera humillado al aceptar la ayuda.
Uno de los momentos más emocionantes fue el encuentro de los dos tenores durante un concierto de Carreras en Madrid.
Entró Plácido Domingo mientras Carreras cantaba.
Lo vio entrar, dejó de cantar, interrumpió su actuación y puesto de rodillas le pidió disculpas, y le agradeció públicamente todo lo que había hecho por él.
Plácido Domingo le ayudó a levantarse, y con un fuerte abrazo sellaron el inicio de una gran amistad.
Pero, ser santo no solo es tener un acto heróico como este, una vez en la vida, sino hacer pequeños actos heróicos todos los días.
Ser santo es cargar con las miserias de los demás. Sus impaciencias, sus malas caras, su falta de puntualidad… Hacer todos los días una fundación hermosa para ellos y terminar dándonos un abrazo.
Esto es el cielo, incluso los enemigos se querrán.
Allí se dieron un abrazo San Esteban y San Pablo. Y San Esteban fue apedreado en la tierra gracias a San Pablo.
En una entrevista a Plácido Domingo, una periodista le preguntó porqué había creado la Fundación Hermosa.
Una Fundación que iba a beneficiar al único artista que podía hacerle competencia con su voz.
Su respuesta fue corta y definitiva: porque no se podía perder una voz como esa.
Tenemos que conseguir, que toda la gente que queremos, vayan al cielo, que sean santos.
Dios nos dice, ahora a mismo, a cada uno: No se puede perder una voz así, la tuya
HOLA MIS QUERIDOS AMIGOS
BIENVENIDOS A MI BLOG
ESPERO QUE TODO AQUIEL QUE LO VISITE SALGA SU ESPIRITU FORTALECIDO CON LA GRACIA DE DIOS, QUE SOLO EL, SABE DAR A LOS QUE LO AMAN.
QUE EL BUEN DIOS DE LA PAZ LES BENDIGA!!
SU HERMANA EN CRISTO: TRINI
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Datos personales
- LUCECITA G. M.
- SOLO UNA MUJER QUE SIGUE A CRISTO MUY DE CERCA, Y AVANZA SOLO CON SU GRACIA.
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domingo, 28 de marzo de 2010
REFLEXIÓN
EL JUEGO DIVINO DE LA ENTREGA
Ver resumen
Un día, el Señor estaba en el Templo de Jerusalén, sentado. Como está ahora aquí con nosotros (cfr. Mc 12,38-44).
Jesús veía el trasiego de la gente que iba y venía.
En frente de Él estaba la hucha del templo, donde se echaba dinero para ayudar a los gastos.
Vio algunos judíos que eran buenos y que echaban bastante.
También apareció una señora que echó muy poco, según el cambio actual no llegaría a un euro.
El Señor también nos ve a nosotros, que venimos a entregar cosas. Unos, diez minutos de oración, otros la acción de gracias de la misa…
DOS VIUDAS
Entonces Jesús al ver lo que echaba la viuda, dijo una cosa desconcertante. La idea es: –Esta señora ha echado mucho más que los ricos.
Esto me recuerda a la historia de otra viuda. Un enviado de Dios llegó a un pueblo parecido a los que hay en la actual Etiopía (cfr. 1R 17,10–16).
Y se encontró con una mujer que tenía un hijo, y que se estaban muriendo de hambre. Solo disponía de lo necesario para hacer una sola comida.
Elías, el enviado de Dios, le dijo: –Dame algo de comer.
Y la señora viuda, un poco sorprendida, casi suspirando y con pena, le dijo algo así como: –Solo me queda para mi hijo y para mí… ¿cómo me pides esto?
Y Elías le dijo:
–Sí. Primero ponme para mí. Ya luego habrá para ti y para tu hijo.
LA VIUDA SE FIO
Se fió porque se lo pedía un enviado de Dios.
Y, después de darle de comer al profeta, sorprendida, vio como lo poco que tenía, no solo no se acabó, sino que tuvo para muchos días, mientras otros se morían de hambre.
Y es que, cuando el Señor quiere dar, lo primero que hace es pedir.
Así hace con nosotros. Lo mismo hizo con los santos.
A la Virgen, que quería que fuese su madre, lo primero que le pide es la maternidad.
A san Josemaría, que quería que fundara una familia sobrenatural de miles de personas, lo primero que le pidió fue precisamente que no formara una familia humana.
Y, cuando le dijo a su padre que había decido ser sacerdote, a su padre, que nunca le había visto llorar, le cayeron dos lagrimones, y dijo: piénsatelo bien. Es muy duro ser sacerdote. No tendrás una familia, no tendrás un hogar. Pero yo no me opondré.
Y, san Josemaría, decía años después: mi padre se equivocó.
También se equivocó la Virgen, porque pensaría que nunca nadie le llamaría madre. Y ha sido la mujer en la historia de la humanidad que más la han llamado así.
Es un consuelo saber que los santos se equivocan, porque a Dios no le podemos ganar en generosidad.
EL JUEGO DE DIOS
La técnica de Dios es esa: cuando quiere darnos, nos pide.
Hace como el padre que llega de viaje, y su hijo aparece en la puerta. Y, de sopetón, el niño le pregunta: –¿Que me has traído?
La madre, que lo ve, se sonríe y le dice:
–Niño, primero dale un beso a tu padre, ya te dará lo que sea cuando abra la maleta.
Al cabo del rato, como le ve impaciente, su padre le entrega el paquete de caramelos.
Y en un momento, cuando el niño tiene los caramelos en la mano, le dice su padre:
–Ahora son tuyos, ¿me los das?
El hijo piensa: ¡pero si son míos! Hay un momento de tensión. La sonrisa se convierte en tristeza, pero el cariño al padre hace que el niño se los de.
Entonces, su padre, coge los caramelos, se los devuelve, le da un beso… y también el camión cisterna que tenía escondido para dárselo.
Esto hace el Señor con nosotros: juega con sus hijos. Pero hay que entrar a su juego.
Porque Dios en esta vida juega con nosotros.
El juego entre los hombres mueve mucho dinero. No es solo una cosa ahora, siempre ha sido así.
Porque al hombre le gusta jugar. Lo hacemos desde pequeños y continuamos durante toda la vida.
Y Dios, que nos ha creado lo sabe y juega con nosotros.
Dice la Sagrada Escritura que el Señor juega con los que estamos en la tierra: ludens in orbe terrarum.
Pero para eso hay que atenerse a unas reglas. Si no hay reglas no hay juego.
Cuando uno juega con Dios, no se puede hacer lo que uno quiere. Tiene que saber cómo funciona.
Las reglas son los Diez Mandamientos. Si los cumples pasas a la siguiente ronda. Si no los cumples te descalificas.
Hubo un chico que cumplía los Mandamientos y fue a Jesús, y le preguntó qué hacer para conseguir la Vida Eterna.
Y el Señor le dijo lo que tenía que hacer, pero él no quiso hacerle caso y por eso se salió del juego de Dios, y se fue triste.
Esto es lo que siempre pasa. Que si uno se va del juego, deja de disfrutar
También uno sufre cuando no se cuenta con él para jugar porque no está dispuesto a dar más en el campo.
PERO EL SEÑOR NO JUEGA CONTRA NOSOTROS
El Señor no juega contra nosotros, sino que está en nuestro mismo equipo. Y, con un compañero, lo que hay que hacer es fiarse de Él.
Por eso, dile tú al Señor: –Me fío de Ti, porque Tú sabes más.
DOS VIUDAS Y UN PAPA
Esto me recuerda a un comentario que hizo el Papa Juan Pablo II, un año que estábamos con él durante una convivencia en Roma.
Era domingo de Resurrección y le cantamos una canción que había ganado el festival de San Remo, titulada Dare di piú, Dar más.
Después de escucharla, comentó: –Esto es lo que sucede. Que cuando damos, siempre encontramos más dentro de nosotros. El que da no pierde, porque cuando se da, siempre se encuentra más.
Esto es lo que sucede, que Dios se saca cosas de la manga.
Jugar con Dios, fiarse de Él parece que no vale la pena. Que los que apuestan por Él pierden.
Esa es la sensación que quiere darle Dios al enemigo. Eso sucede en algunas batallas, que el General manda retirada dando la impresión de que es débil.
Pero no, todo es un juego. Después se descubre que era una táctica para vencer al enemigo.
Precisamente, el enemigo, el demonio, nos tienta con lo contrario, que no nos fiemos de Dios. Nos dice: No des, guárdatelo para ti.
¡Ya me dirás tú, qué interés tiene el Señor en que le demos cosas! ¿Qué gana Dios con nuestras chucherías?
Lo que sí sabemos es que el demonio quiere que no seamos felices, porque odia a Dios, y contra él nada puede, pero sí contra nosotros que somos sus hijos.
El juego de Satanás es un timo. El de Dios es entregar para ganar.
El Señor nos dice: –Tú te llamarás vencedor porque te fías de mí.
Jesús se alegró porque la viuda había dado más que los otros.
ENTREGAR PARA GANAR
Hay un premio nobel de literatura que cuenta la historia de un mendigo. De forma poética dice:
Iba yo de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando, de pronto, Tu carroza de oro apareció a lo lejos, y yo me preguntaba maravillado:
–¿Quién será ese Rey de reyes?
La carroza se paró a mi lado. Mi corazón se llenó de gozo, y pensé: por fin mis días malos se habrán terminado.
Tú, bajaste sonriendo y extendiste la mano.
Qué ocurrencia la de tu realeza: ¡pedirle a un mendigo!
Entonces, de mi saquito de trigo, cogí un grano y te lo di.
¡Qué sorpresa, por la noche, cuando vacié mi saco: un granito de oro apareció en la miseria del montón!
¡Qué amargamente lloré por no haber tenido corazón para dárteme todo!
Y ESTO YA NO ES UN CUENTO INDIO
Dios, a los que quiere más, no les da más, sino que les pide más. Les pide todo, pero, para devolvérselo en oro.
Jesús se alegra porque la viuda del Evangelio dio más porque dio todo.
Ojalá todos fuéramos viudas en la generosidad.
Ver resumen
Un día, el Señor estaba en el Templo de Jerusalén, sentado. Como está ahora aquí con nosotros (cfr. Mc 12,38-44).
Jesús veía el trasiego de la gente que iba y venía.
En frente de Él estaba la hucha del templo, donde se echaba dinero para ayudar a los gastos.
Vio algunos judíos que eran buenos y que echaban bastante.
También apareció una señora que echó muy poco, según el cambio actual no llegaría a un euro.
El Señor también nos ve a nosotros, que venimos a entregar cosas. Unos, diez minutos de oración, otros la acción de gracias de la misa…
DOS VIUDAS
Entonces Jesús al ver lo que echaba la viuda, dijo una cosa desconcertante. La idea es: –Esta señora ha echado mucho más que los ricos.
Esto me recuerda a la historia de otra viuda. Un enviado de Dios llegó a un pueblo parecido a los que hay en la actual Etiopía (cfr. 1R 17,10–16).
Y se encontró con una mujer que tenía un hijo, y que se estaban muriendo de hambre. Solo disponía de lo necesario para hacer una sola comida.
Elías, el enviado de Dios, le dijo: –Dame algo de comer.
Y la señora viuda, un poco sorprendida, casi suspirando y con pena, le dijo algo así como: –Solo me queda para mi hijo y para mí… ¿cómo me pides esto?
Y Elías le dijo:
–Sí. Primero ponme para mí. Ya luego habrá para ti y para tu hijo.
LA VIUDA SE FIO
Se fió porque se lo pedía un enviado de Dios.
Y, después de darle de comer al profeta, sorprendida, vio como lo poco que tenía, no solo no se acabó, sino que tuvo para muchos días, mientras otros se morían de hambre.
Y es que, cuando el Señor quiere dar, lo primero que hace es pedir.
Así hace con nosotros. Lo mismo hizo con los santos.
A la Virgen, que quería que fuese su madre, lo primero que le pide es la maternidad.
A san Josemaría, que quería que fundara una familia sobrenatural de miles de personas, lo primero que le pidió fue precisamente que no formara una familia humana.
Y, cuando le dijo a su padre que había decido ser sacerdote, a su padre, que nunca le había visto llorar, le cayeron dos lagrimones, y dijo: piénsatelo bien. Es muy duro ser sacerdote. No tendrás una familia, no tendrás un hogar. Pero yo no me opondré.
Y, san Josemaría, decía años después: mi padre se equivocó.
También se equivocó la Virgen, porque pensaría que nunca nadie le llamaría madre. Y ha sido la mujer en la historia de la humanidad que más la han llamado así.
Es un consuelo saber que los santos se equivocan, porque a Dios no le podemos ganar en generosidad.
EL JUEGO DE DIOS
La técnica de Dios es esa: cuando quiere darnos, nos pide.
Hace como el padre que llega de viaje, y su hijo aparece en la puerta. Y, de sopetón, el niño le pregunta: –¿Que me has traído?
La madre, que lo ve, se sonríe y le dice:
–Niño, primero dale un beso a tu padre, ya te dará lo que sea cuando abra la maleta.
Al cabo del rato, como le ve impaciente, su padre le entrega el paquete de caramelos.
Y en un momento, cuando el niño tiene los caramelos en la mano, le dice su padre:
–Ahora son tuyos, ¿me los das?
El hijo piensa: ¡pero si son míos! Hay un momento de tensión. La sonrisa se convierte en tristeza, pero el cariño al padre hace que el niño se los de.
Entonces, su padre, coge los caramelos, se los devuelve, le da un beso… y también el camión cisterna que tenía escondido para dárselo.
Esto hace el Señor con nosotros: juega con sus hijos. Pero hay que entrar a su juego.
Porque Dios en esta vida juega con nosotros.
El juego entre los hombres mueve mucho dinero. No es solo una cosa ahora, siempre ha sido así.
Porque al hombre le gusta jugar. Lo hacemos desde pequeños y continuamos durante toda la vida.
Y Dios, que nos ha creado lo sabe y juega con nosotros.
Dice la Sagrada Escritura que el Señor juega con los que estamos en la tierra: ludens in orbe terrarum.
Pero para eso hay que atenerse a unas reglas. Si no hay reglas no hay juego.
Cuando uno juega con Dios, no se puede hacer lo que uno quiere. Tiene que saber cómo funciona.
Las reglas son los Diez Mandamientos. Si los cumples pasas a la siguiente ronda. Si no los cumples te descalificas.
Hubo un chico que cumplía los Mandamientos y fue a Jesús, y le preguntó qué hacer para conseguir la Vida Eterna.
Y el Señor le dijo lo que tenía que hacer, pero él no quiso hacerle caso y por eso se salió del juego de Dios, y se fue triste.
Esto es lo que siempre pasa. Que si uno se va del juego, deja de disfrutar
También uno sufre cuando no se cuenta con él para jugar porque no está dispuesto a dar más en el campo.
PERO EL SEÑOR NO JUEGA CONTRA NOSOTROS
El Señor no juega contra nosotros, sino que está en nuestro mismo equipo. Y, con un compañero, lo que hay que hacer es fiarse de Él.
Por eso, dile tú al Señor: –Me fío de Ti, porque Tú sabes más.
DOS VIUDAS Y UN PAPA
Esto me recuerda a un comentario que hizo el Papa Juan Pablo II, un año que estábamos con él durante una convivencia en Roma.
Era domingo de Resurrección y le cantamos una canción que había ganado el festival de San Remo, titulada Dare di piú, Dar más.
Después de escucharla, comentó: –Esto es lo que sucede. Que cuando damos, siempre encontramos más dentro de nosotros. El que da no pierde, porque cuando se da, siempre se encuentra más.
Esto es lo que sucede, que Dios se saca cosas de la manga.
Jugar con Dios, fiarse de Él parece que no vale la pena. Que los que apuestan por Él pierden.
Esa es la sensación que quiere darle Dios al enemigo. Eso sucede en algunas batallas, que el General manda retirada dando la impresión de que es débil.
Pero no, todo es un juego. Después se descubre que era una táctica para vencer al enemigo.
Precisamente, el enemigo, el demonio, nos tienta con lo contrario, que no nos fiemos de Dios. Nos dice: No des, guárdatelo para ti.
¡Ya me dirás tú, qué interés tiene el Señor en que le demos cosas! ¿Qué gana Dios con nuestras chucherías?
Lo que sí sabemos es que el demonio quiere que no seamos felices, porque odia a Dios, y contra él nada puede, pero sí contra nosotros que somos sus hijos.
El juego de Satanás es un timo. El de Dios es entregar para ganar.
El Señor nos dice: –Tú te llamarás vencedor porque te fías de mí.
Jesús se alegró porque la viuda había dado más que los otros.
ENTREGAR PARA GANAR
Hay un premio nobel de literatura que cuenta la historia de un mendigo. De forma poética dice:
Iba yo de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando, de pronto, Tu carroza de oro apareció a lo lejos, y yo me preguntaba maravillado:
–¿Quién será ese Rey de reyes?
La carroza se paró a mi lado. Mi corazón se llenó de gozo, y pensé: por fin mis días malos se habrán terminado.
Tú, bajaste sonriendo y extendiste la mano.
Qué ocurrencia la de tu realeza: ¡pedirle a un mendigo!
Entonces, de mi saquito de trigo, cogí un grano y te lo di.
¡Qué sorpresa, por la noche, cuando vacié mi saco: un granito de oro apareció en la miseria del montón!
¡Qué amargamente lloré por no haber tenido corazón para dárteme todo!
Y ESTO YA NO ES UN CUENTO INDIO
Dios, a los que quiere más, no les da más, sino que les pide más. Les pide todo, pero, para devolvérselo en oro.
Jesús se alegra porque la viuda del Evangelio dio más porque dio todo.
Ojalá todos fuéramos viudas en la generosidad.
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